
Caminamos hacia la sala y nos sentamos en el sillón, se le veía preocupada, triste, angustiada. Yo apenas tenía doce años pero sabía que algo estaba mal. Era 24 de Diciembre.
Un día antes mi hermana había puesto dentro del árbol una carta con la lista de juguetes que le pediría al niño Jesús, yo mismo le ayudé a hacer los dibujos para que no se fuera a equivocar. El año pasado había pedido un hornito para hacer pasteles que sabían a hot cakes (Panquecas), ese estuvo bueno, no como sus muñecos que simulaban bebés horribles con miradas escalofriantes, que abrían los ojos cada vez que los levantabas.
A mí me había traído una consola para jugar videojuegos con varios cartuchos, solo eso me trajo, sin embargo fue un regalo excelente, mis primos venían a la casa y jugábamos en turnos de dos. Era muy divertido hasta el momento en que mi hermana quería jugar con nosotros, y obvio, no sabía y yo terminaba regañado y castigado por gritarle y no dejarla jugar.
Para este año yo había pedido una bicicleta, la que tenía ya no me quedaba y las de salto se estaban poniendo de moda entre la gente de la cuadra.
Por eso me sorprendió voltear a ver el arbolito de Navidad vacío faltando tan pocas horas para amanecer y mi madre vestida y con cara de angustia llamándome en la madrugada a platicar en la sala.
-¿Ya sabes quién es el niño Jesús?-, me preguntó.
Tuve miedo de responder que mi primo Ándres me había dicho ya desde hace varios meses atrás que el niño Jesús no existía, que eran los papás. Sin embargo asentí en silencio con la cabeza. Mi mamá no pudo contener el llanto y me abrazo mientras sollozaba.
-No tuve dinero para comprar los juguetes Jesús. Fui a la casa de tu tío Richard; le pedí dinero prestado pero tampoco tenía.
Sin dejar de llorar, continuó mi madre su relato. –Estuve buscando a alguien
Sin dejar de llorar, continuó mi madre su relato. –Estuve buscando a alguien
que me prestara dinero pero no encontré nada, algunos inclusive me dieron esperanza pero no, así que lo único que pude hacer fue ir a comprar con el dinero que tenía para la comida de esta semana, un balón de fútbol para ti y una muñeca para tu hermana.
Sus lágrimas me contagiaron y empecé a llorar con ella.
Me puse de pie y saqué la consola de los videojuegos, mi mamá supo cual era mi intención y me dijo que no, que estaba bien, que ya vería que hacer más tarde.
Sus lágrimas me contagiaron y empecé a llorar con ella.
Me puse de pie y saqué la consola de los videojuegos, mi mamá supo cual era mi intención y me dijo que no, que estaba bien, que ya vería que hacer más tarde.
-Mami, yo sé que ya no tienes dinero y ella siempre ha querido el videojuego, se lo quiero regalar. La caja original servía para guardar los cartuchos, así que solo tuvimos que limpiar todo, empacarlo nuevamente, envolverlo y ponerle una tarjeta con su nombre.
Volvimos a la cama, me acosté llorando en silencio y no me di cuenta cuándo me dormí, hasta que mi hermana todavía en pijama y despeinada me despertó sonriente -¡Jesús! !Jesús! el niño Jesús me trajo un Nintendo!, ¡como el tuyo!
La abracé fuerte, compartiendo con ella su alegría. Sí nena, como el mío, a ver, vamos a verlo.
Ese día fui el niño Jesús, a los doce años.
Volvimos a la cama, me acosté llorando en silencio y no me di cuenta cuándo me dormí, hasta que mi hermana todavía en pijama y despeinada me despertó sonriente -¡Jesús! !Jesús! el niño Jesús me trajo un Nintendo!, ¡como el tuyo!
La abracé fuerte, compartiendo con ella su alegría. Sí nena, como el mío, a ver, vamos a verlo.
Ese día fui el niño Jesús, a los doce años.
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